jueves, 30 de agosto de 2012

Democracia


Érase una vez un pedazo de tierra vieja que no tenía nada de especial, exceptuando tal vez que la comida que salía de ahí era una exquisitez. En ese pedazo de tierra vivían varias personas, y entre ellas pactaban por elegir un líder cada cierto tiempo, y el trabajo del líder era manejar como se distribuía la comida entre los habitantes del pedazo de tierra. Los líderes fueron buenos--aparentemente--y la vida siguió.
Un día, uno de los grandes patriarcas del pedazo de tierra, tataranieto del primero de los líderes, se encontró con un montón de carbón enterrado por ahí. De inmediato se adueño de él y lo comenzó a vender. Trajo tecnologías de lugares extraños y exóticos con el propósito de explotar su nueva fuente de dinero. Se hizo de tantos bienes--porque no todos pagaban con dinero, muchos le daban vacas o espigas o a sus hijas--que ya no tenía donde ponerlos. Entonces se construyó una mansión y vivió feliz, y murió gordo y lleno de colesterol atravesado por el machete del jardinero mudo.
Poco después, el primo del que había encontrado el carbón inventó, paralelo a un hombre oriental en otro pedazo de tierra que no vale la pena mencionar, un rifle carabina que disparaba tan lejos que ya nadie se podía escapar de él. Tomó el pueblo por las armas y se declaró nuevo líder. Años después lo derrocaron, se declaró una república, se crearon partidos políticos y el país se fue a la mierda. Pero la comida sigue siendo buena, conozco un par de restaurantes.

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