Érase una vez un pedazo de tierra vieja que no tenía nada de
especial, exceptuando tal vez que la comida que salía de ahí era una
exquisitez. En ese pedazo de tierra vivían varias personas, y entre ellas
pactaban por elegir un líder cada cierto tiempo, y el trabajo del líder era
manejar como se distribuía la comida entre los habitantes del pedazo de tierra.
Los líderes fueron buenos--aparentemente--y la vida siguió.
Un día, uno de los
grandes patriarcas del pedazo de tierra, tataranieto del primero de los
líderes, se encontró con un montón de carbón enterrado por ahí. De inmediato se
adueño de él y lo comenzó a vender. Trajo tecnologías de lugares extraños y
exóticos con el propósito de explotar su nueva fuente de dinero. Se hizo de
tantos bienes--porque no todos pagaban con dinero, muchos le daban vacas o
espigas o a sus hijas--que ya no tenía donde ponerlos. Entonces se construyó
una mansión y vivió feliz, y murió gordo y lleno de colesterol atravesado por
el machete del jardinero mudo.
Poco después, el
primo del que había encontrado el carbón inventó, paralelo a un hombre oriental
en otro pedazo de tierra que no vale la pena mencionar, un rifle carabina
que disparaba tan lejos que ya nadie se podía escapar de él. Tomó el pueblo por
las armas y se declaró nuevo líder. Años después lo derrocaron, se declaró una república, se crearon
partidos políticos y el país se fue a la mierda. Pero la comida sigue siendo
buena, conozco un par de restaurantes.
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