viernes, 31 de agosto de 2012

Tertulia en el desierto


El desierto, desierto claro está, caliente también y hermoso como alguna pintura de algún pintor renacentista que nunca vio el desierto y basó su modelo en el Pacífico, frente a frente. Y el forastero seguía caminando tras días sin agua, hecho insólito, ya que de apodo pez por su madre, solía llenar su estómago de agua para aquellos días que no alcanzaba la carne roja ni la blanca ni el pescado, y el pan estaba duro. No tenía posesiones consigo, pero creía a veces que traía su rifle para cazar canguros, su brújula para encontrar una isla fresca con el mapa que tenía junto al pedernal en su mochila. Sacó entonces un set de cartas que guardaba en su bolsillo trasero y se sentó a jugar con un par de camaleones.
Su tío le había advertido de joven que si algún día buscaba una presa fácil para el póquer, para salir de deudas o pagar una tarde divertida, no debería dudar de jugar ante los camaleones, que cambiaban de color dependiendo de su mano. Repartió la primera mano lentamente, y procedió a quemar y abrir cartas. Pidió un encendedor a los camaleones, y el de la derecha le pasó uno. El olor a cartas quemadas invadió el ambiente, y el humo formó un corazón y luego se desfiguró, transformando el renacimiento en paisaje surreal.
Tras varios turnos sufridos empezó a pensar que se tenía que haber confundido entre colores, ya que su tío decía que los rojos significaban la presencia de un as, los verdes una flor, y los azules un engaño, el nervio era gris. Pero los camaleones eran morados, amarillos, naranjas, o tal vez era la luz. Pero al anochecer, bajo la luna calva, seguía la incertidumbre. Horas pasaron y el juego seguía, y el incienso de las cartas quemadas se deformaba cada vez mas, el humo engullía al paisaje hasta volverlo un abstracto sin forma. El forastero seguía.
Se quedó sin dinero cuando el ojo de la luna estaba más alto, y decidió que no había tiempo de negociar. Saco su rifle, y amenazó a los camaleones. Ambos se volvieron de color gris y entonces supo la verdad. Sacaron sus armas y gritó al público: Maquiavelo! Attica! Attica! Y se cayó la fanfarria.
Despertó desquiciado en medio del desolador mar de arena, sin posesiones, sin cartas, sin compañeros. Se preguntó entonces si alguna vez en verdad tuvo un mapa, o tomó agua fresca o hizo el amor, tal vez todo fue un espejismo, y su vida era en el escenario, junto a los camaleones, haciendo la parodia del artista, y el 49585. Pero no había oasis, no había huellas comprometedoras, el desierto lo acaba todo, lo cambia, incita al alucine y la crítica de uno mismo, no es necesario invitarlo al subconsciente: siempre estuvo ahí.
Labios secos, ceguera momentánea.  A la luz de la lámpara de gas sacó las cartas y reto a un grupo de camaleones a un partida de 21. Uno de ellos se tornó gris. Pero no hubo gritos ni fanfarrias. El público se había ido, había fracasado.
Y en lo alto, el humo del incienso volvía a tomar forma, nunca inerte, y escribía catedrales y a Delft y lugares que el forastero nunca había visitado, pero que hubiera plasmado en un lienzo cualquier día de la semana.

jueves, 30 de agosto de 2012

Democracia


Érase una vez un pedazo de tierra vieja que no tenía nada de especial, exceptuando tal vez que la comida que salía de ahí era una exquisitez. En ese pedazo de tierra vivían varias personas, y entre ellas pactaban por elegir un líder cada cierto tiempo, y el trabajo del líder era manejar como se distribuía la comida entre los habitantes del pedazo de tierra. Los líderes fueron buenos--aparentemente--y la vida siguió.
Un día, uno de los grandes patriarcas del pedazo de tierra, tataranieto del primero de los líderes, se encontró con un montón de carbón enterrado por ahí. De inmediato se adueño de él y lo comenzó a vender. Trajo tecnologías de lugares extraños y exóticos con el propósito de explotar su nueva fuente de dinero. Se hizo de tantos bienes--porque no todos pagaban con dinero, muchos le daban vacas o espigas o a sus hijas--que ya no tenía donde ponerlos. Entonces se construyó una mansión y vivió feliz, y murió gordo y lleno de colesterol atravesado por el machete del jardinero mudo.
Poco después, el primo del que había encontrado el carbón inventó, paralelo a un hombre oriental en otro pedazo de tierra que no vale la pena mencionar, un rifle carabina que disparaba tan lejos que ya nadie se podía escapar de él. Tomó el pueblo por las armas y se declaró nuevo líder. Años después lo derrocaron, se declaró una república, se crearon partidos políticos y el país se fue a la mierda. Pero la comida sigue siendo buena, conozco un par de restaurantes.

El cerebro

Según estudios recientes, la verdadera ubicación del cerebro es cerca del dedo meñique izquierdo, lo cual daría validez a la vieja teoría de que la parte mas sensible del cuerpo es el dedo meñique, y no, como muchos creían, la sien en la cabeza que lleva directo al antiguo lugar del cerebro. Asi también a través de esto se podría explicar hasta cierto punto la gran cantidad de balbuceos e incoherencias que dicen los futbolistas profesionales en entrevistas. Que daría yo tener por en este momento un zapato con armadura de metal que protegiera mi meñique izquierdo, tal cual quijote flameante en busca de la dulcinea del balón blanco y negro, imitando a diego armando las tardes en el panteón de las derrotas, pero le doy gracias a dios todos los días que aunque escribo con la zurda, siempre golpeé el balón con la  pierna derecha, que alivio.